Por Vicente Adum Gilbert.
Quienes vivimos en Guayaquil sabemos que el lenguaje coloquial y la jerga que utilizamos en nuestra ciudad suele ser bastante florido, especialmente en lo relativo a los sinónimos no oficiales para palabras de uso común. Es así como le decimos «caleta» al lugar donde vivimos, «camello» a aquello que hacemos para ganarnos la vida, «gambas» a las centenas monetarias, o «pana» a un amigo. Si bien algunos de estos términos han sido explicados desde una perspectiva etimológica, el origen de la mayoría de estas palabras alternativas permanece en una zona gris, probablemente por haber surgido de la cotidianeidad e informalidad, de la que poco queda registrado en los documentos históricos que han quedado como testimonio para los investigadores e historiadores.
Por ser de amplio uso en el Guayaquil del presente, estoy seguro de que no tendré que explicar la hilaridad que me produjo encontrarme con determinado término utilizado como nombre de un establecimiento en un anuncio de un periódico de 1917, mientras realizaba una investigación de otro tema un poco más serio. En el mencionado anuncio, se ponía en venta «por motivo de viaje» un salón «acreditado y conocido», ubicado en plena plaza Rocafuerte, que en aquel entonces era el punto de convergencia de todos los servicios de transporte urbano (coches, tranvías eléctricos, carros urbanos, etc.). El sonoro nombre de aquel establecimiento era «La Bolsa» (Figura 1).
Aclaro que en el Guayaquil de principios del siglo XX un salón era un sitio en el que se expendían bebidas y bocadillos de diverso tipo. Sin embargo, la frontera entre la definición de «salón» y la de «cantina» (lugar en el que se expendía bebidas alcohólicas, principalmente cerveza), no era del todo clara. Así, este salón, de acuerdo con el anuncio, era más bien una cantina en la que se vendía cerveza (como la que se ve en la figura 2), probablemente para una clientela popular. Debo asumir que en el Guayaquil antiguo, el término «bolsa» no tendría la connotación que tiene en la actualidad, sin embargo, no puedo imaginarme, sin reírme, a un grupo de amigos que, invitando a algún compañero ausente, dijeran «¡Estamos en La Bolsa!».
Interesantes artículos como siempre.