Por Vicente Adum Gilbert.
Corría el periodo lectivo del año 1984 en la costa ecuatoriana, y yo, con apenas 8 años, me encontraba cursando el cuarto grado de primaria, aquel curso que, gracias a la absurda “genialidad” de algún kikuyo socialista del siglo XXI, en la actualidad es denominado quinto grado de educación general básica. Un día de clases cualquiera, después de que las entrañables campanadas del colegio San José La Salle anunciaran la tan esperada hora de la salida, los estudiantes de la primaria del “colegio sin par” abandonamos presurosos las aulas de clases, bajando las escaleras al galope, sin ser conscientes del peligro que aquello representaba; solo por llegar pronto al encuentro de nuestros padres, o por ganarnos el mejor puesto posible en el bus del colegio, que no era el asiento más cómodo ni el que tenía la mejor ventilación, sino aquel lugar que confiriera una ventaja estratégica en la guerra de pepas de grosellas que, inevitablemente, se armaba casi a diario minutos después de que el chofer, quien se hacía de la vista gorda, diera marcha a la unidad, y ante el estéril intento de los monitores, como llamaban formalmente a los alumnos “sapos” designados por el inspector de primaria, por controlar la situación.
Las fundas de grosellas con sal, encurtidas en un líquido que tenía un sospechoso color rosado, las adquiríamos por un valor irrisorio en alguno de los puestitos improvisados y carretillas que, por decenas, se apostaban en las veredas de la calle Baquerizo Moreno y de la calle Tomás Martínez, misma en la que aparcaban los diversos buses escolares. En aquellos caramancheles, además de grosellas, era posible encontrar un sinnúmero de delicias callejeras y ambulantes, de aquellas que no afectaban (tanto) a los estómagos de los niños nacidos en los 70 y criados en los 80, acostumbrados a tomar agua prendidos directamente de las llaves de los bebederos del colegio o de las mangueras de los jardines, dentro de las cuales, en virtud de su vinílica transparencia, era posible divisar una lama verdosa que solía desprenderse mientras uno se hidrataba. Era cosa de todos los días encontrarse con el pastelero que vendía, entre otras cosas escondidas dentro de su canasta de mimbre tapada por un trapo, una delicatessen popular conocida simplemente como “chorizo”, que no era más que una masa de hojaldre aplanada que envolvía una delgadísima tira de salchicha cortada longitudinalmente. Estaban también el vendedor de bolos en fundas plásticas; el ciruelero; la carretilla de helados Ideal con su inseparable sonido de bocina; el vendedor de granizados dando manivela a su maquinita de hierro forjado en la que veíamos rasparse el hielo a una velocidad rotacional casi hipnótica, mientras que las clásicas esencias de rosa, menta y piña esperaban pacientemente dentro de envases de tapa puntiaguda cuya función original había sido la de dispensar salsa de tomate o mayonesa; y, al llegar a la esquina de Baquerizo Moreno y Tomás Martínez, del lado sureste, el vendedor de piticlanes (producto conocido en la actualidad con el desabrido nombre de churros), quien entregaba su producto recién salido de la paila, bañado en azúcar impalpable, dentro de pequeñas fundas de papel kraft, de las que se asomaban, indiscretos, los deliciosos piticlanes.
Le tenía lástima al heladero veterano de Pingüino, delgado en extremo, seguramente porque, según decía, tenía que empujar su carretilla por toda la ciudad para ganarse su sustento, y a quien recuerdo haberle comprado, probablemente un año antes, mi primer helado Jet de banano recubierto con chocolate, producto al que nunca he podido desasociar de la rubeola, que esa misma tarde, coincidentemente, manifestara sus síntomas en mí. También le tenía lástima, sin razón aparente, al viejo malencarado que vendía los aviones y carritos fabricados en balsa, quien normalmente echaba su tendal directamente sobre la vereda, arrimado a la pared del colegio, a unos pocos metros de la entrada de automóviles de la calle Baquerizo Moreno. Muy cerca de él, cobijados por la insipiente sombra que a la hora de la salida proyectaba el colegio, se ubicaban por temporadas los vendedores de los cromos de álbumes, con sus cajones de madera apoyados sobre pedestales plegables del mismo material, al cual una débil cuerda templada mantenía en su lugar. Intentar llenar álbumes de cromos era una de las aficiones favoritas de los niños de la década de los 80 y, según tengo entendido por testimonio de mi madre, también de los niños de décadas anteriores, afición que probablemente creció a partir de la publicación de los álbumes “Así Nació Ecuador” y “Conozca Ecuador”, editados por Ariel en 1965 (1), de cuya existencia nunca supe cuando era niño. No me queda duda de que la inspiración parcial para la creación de los álbumes de cromos en Ecuador fueron las célebres figuritas que acompañaban a los confites Límber, que desde la década del 40 hasta inicios de la década de los 80 fueron ávidamente coleccionados por los niños y jóvenes del país, pero que no contaban con álbumes oficiales para pegarlos, según entiendo.
Entre 1980 y 1983 yo ya había llenado, gracias al entusiasta apoyo de mis padres, los álbumes de Mazinger Z (Cromomundo), La Vuelta al Mundo en 80 Días (Guimsa), y el de Condorito (Editora Cinco), lo que me convertía en un experimentado coleccionista de cromos para cuando apareció el álbum al que Policromos, empresa de Luis Chonillo, denominó HÉROES DE LA PATRIA (figura #1), que aquel día cualquiera de 1984 adquirí por 10 sucres al salir de la escuela. Pero resultó que el álbum en mención no era como los otros álbumes que había llenado hasta ese momento, los cuales solo abordaban temas infantiles y de limitado contenido educativo, sino que fue a la postre el instrumento que abrió de par en par la puerta del fascinante mundo de la historia del Ecuador a muchos niños de mente inquieta que, como yo, apenas se habían iniciado en el estudio de los hechos históricos nacionales. No fue ninguna casualidad. Los editores de Policromos tenían clara su intención con este álbum: “Convencidos, por propia experiencia de la afición de niños y jóvenes por coleccionar este tipo de cromos, […] POLICROMOS llegó a la conclusión [de] que sería el más noble vehículo para entregar a la juventud ecuatoriana un mensaje de su historia y revivir la presencia de los hombres que la forjaron con su sangre y armas de la guerra, […] o con las armas de la paz, como el pensamiento, la pluma y el espíritu. […] Estamos convencidos [de] que el Álbum “HEROES DE LA PATRIA” será un mensaje de ecuatorianidad para nuestros jóvenes y que a través de la lectura de sus textos y en la contemplación de sus imágenes, se exaltará aún más el amor por su Patria y la admiración y respeto por los personajes que adornan su Historia” (2). Los editores del álbum cerraban su declaración de intención con la siguiente frase: “nos encontramos satisfechos porque estamos seguros [de] que aportaremos con algo más a elevar el patriotismo de nuestra juventud” (2).
No se equivocaron. Los niños que en 1984 estábamos entre cuarto y sexto grados de escuela estábamos obligados a estudiar historia del Ecuador a través de un aburrido y pobremente ilustrado libro de hojas de papel periódico denominado El Libro del Escolar Ecuatoriano (3), obra de Fanny Arregui y Rogelia Carrillo que, ya para esa época tenía cerca de cuarenta años desde su primera edición (1947), por lo que, en mi humilde opinión, para los mediatizados y coloridos años ochenta, se encontraba completamente desactualizado desde un punto de vista pedagógico. Así, cuando apareció el álbum Héroes de la Patria, generó una verdadera revolución educativa que no había sido planificada por ministerios ni rectores, ya que gracias a este medio pudimos ver por primera vez ilustraciones interesantes y a todo color de diversos episodios y personajes de las historia ecuatoriana, más allá de los conocidos rostros de presidentes e imágenes de los símbolos patrios que aparecían en las celebérrimas láminas educativas que vendían en las papelerías y que utilizábamos para recortar y pegar en los trabajos escolares, láminas que, por descuido, siempre las solicitábamos a nuestros padres el día domingo a última hora.
Por otro lado, los textos descriptivos que se encontraban en el álbum, fruto de la investigación y del trabajo de José Antonio Rojas B. (quien también realizó las ilustraciones) (2), empezaron a ser utilizados por los estudiantes como fuentes de consulta para realizar sus deberes y proyectos escolares de investigación, ya que presentaban, con un lenguaje sencillo y desde una perspectiva fresca, diversos sucesos importantes de la historia de nuestro país, en tiempos en que no existía la internet comercial, y en los que no todos tenían la suerte de contar con enciclopedias de historia ecuatoriana en sus casas. Para la elaboración de los textos del álbum, el autor contó con la colaboración y revisión de reconocidos historiadores como Roberto Leví Castillo, Carlos Matamoros Trujillo y Julio Estrada Ycaza, quien acertadamente opinó que el álbum constituía “un estímulo para que aquellos constructores de la Nación, sean imitados, para hacer una patria más grande en el futuro” (2).
Durante los recreos, el ritual de intercambio de cromos era la norma: pequeños grupos de niños se reunían alrededor uno que, con un fajo de figuras repetidas en su mano, las mostraba de manera rítmica, mientras quienes lo rodeaban iban cantando al mismo paso la frase “si la…, si la…, si la…” o “ya la…, ya la…, ya la…” para indicar que sí tenían dichos cromos, hasta que, de repente, alguno decía con marcada emoción “¡No la…!”, frase que daba a entender, obviamente, que aquel chico no tenía dicho cromo, mismo que se convertía inmediatamente en sujeto de intercambio. Era frecuente entre los niños escuchar preguntas como “¿Tienes el cromo de José de Villamil?” o afirmaciones como “¡Me falta uno de los cromos de la matanza de los patriotas!” (figura #2). Esta forma bastante lúdica de presentar la historia del Ecuador hizo que nos familiarizáramos con los nombres de personajes históricos de la patria, como Condorazo, Hualcopo, Pacha, Rumiñahui, Diego de Almagro, Bartolomé Ruiz, Caspicara, Eugenio Espejo (figura #3), Juan de Dios Morales, Juan Pio Montúfar, Antonio Elizalde, León de Febres Cordero, José Joaquín de Olmedo (figura #4), Gregorio Escobedo, Cosme Renella, Pedro Traversari, Rafael Morán Valverde, entre otros; y de la misma manera, con eventos como la emboscada de Bramador durante la invasión peruana de 1941 (figura #5), o la participación de Abdón Calderón en la batalla del Pichincha (Figura #6), que era descrita de una manera objetiva, desvirtuando en cierta forma aquella vieja creencia popular de que el “héroe niño” había sostenido la bandera con los dientes después de haber recibido balazos, e incluso cañonazos, en sus cuatro extremidades.
Cuando ya faltaban pocos espacios para llenar el álbum, era mandatorio realizar una visita a las afueras de Guimsa o de Tía para conseguir los famosos cromos difíciles, que se vendían a valores muy superiores a los de los comunes. Uno de los cromos difíciles del álbum Héroes de la Patria fue el número 196, cuya leyenda decía “Antiguo uniforme para cabina abierta – aviación militar” (2), que fue incluso uno de los que fue marcado durante el absurdo proceso de “sellado del álbum”, proceso que certificaba que éste había sido llenado completamente y que habilitaba la participación en el sorteo final por medio de un certificado numerado. No recuerdo haber ganado ningún premio durante el famoso sorteo, pero reconozco que nunca me interesó obtenerlo, porque, aunque suene un poco a cliché, ya había ganado, además de la satisfacción de haber llenado el álbum, algo mucho más importante: un marcado interés por la historia del Ecuador y una fascinación por todo aquello que representare a la cultura ecuatoriana, actitudes que se manifestaron poco después a través de la numismática y filatelia ecuatorianas; y, cuando fui mayor, a través de la afición por estudiar y escribir sobre historia ecuatoriana, que es la razón última por la que escribo este artículo. Es por lo expuesto en este artículo que me he atrevido a designar al Héroes de la Patria como el álbum de cromos ecuatoriano más importante de la década del 80.
Además de los importantes premios intangibles que he mencionado, muchos niños nos quedamos con un acervo abultado de cromos repetidos que fueron utilizados en los años siguientes para ilustrar los trabajos escolares propios (4) (5) y de nuestros hermanos, disminuyendo así, de cierta manera, la contrariedad de nuestros padres por aplacar aquellas urgencias causadas por nuestra necesidad de conseguir la lámina de los patriotas del 9 de octubre de 1820 un día domingo, cuando ya pintaba la noche. Este año se cumple el aniversario número 40 del lanzamiento del álbum Héroes de la Patria, del cual conservo hasta la actualidad, con mucho cuidado y cariño, mi añoso ejemplar sellado y numerado. Junto con el álbum conservo también mi gratitud a quienes participaron en la creación del mismo y a aquellos que me ayudaron a completarlo.
Referencias
1. Arteta Vargas, Germán. Guayaquil Nostálgico. Guayaquil : s.n., 2009. págs. 60 – 61.
2. Organización Policromos Editores. Álbum Histórico Ecuatoriano Héroes de la Patria y Gestores. s.l. : Policromos, 1984.
3. Arregui, Fanny y Carrillo, Rogelia. El Libro del Escolar Ecuatoriano – Sexto Grado. Quito : s.n., 1984.
4. Adum Gilbert, Vicente. Álbum de Trabajo del Sistema Personalizado – Quinto Grado D. Guayaquil : Colegio San José La Salle, 1985 – 1986.
5. —. Fichas de Sistema Personalizante – Cuarto D. Guayaquil : Colegio San José La Salle, 1984 – 1985.
Gracias Chento por recordar parte de nuestra infancia. No sólo por lo de los albums de cromos sino también por todo lo que mencionaste sobre los vendedores a la salida del colegio. Me hizo un flashback en todo lo que mencionaste y cierto que era parte de una rutina hacer todo eso.
Un pana analizó el artículo antes de publicarlo y me recomendó cortar esa parte inicial, pero decidí dejarlo así porque esa parte de los vendedores a la salida del colegio es la que más disfruté escribiendo. Gracias por leerlo. Un abrazo!
Imposible no recordar aquellos años, más con este recuerdo compartido y muy parecido a los que tengo, llene algunos álbumes, recuerdo haber ido a guimsa en el centro a conseguir los cromos difíciles, y más que nada que mi papá me llevaba a conseguirlos, los tiempos cambian ya los niños pasan de los álbumes, triste realidad la tecnología es buena pero barre con las cosas tradicionales. Saludos
Excelente lectura Chento, cómo olvidarse de esas escenas a la salida del colegio, muchos buenos recuerdos relacionados a vendedores de «golosinas» y cromos.
Excelente reseña Vicente, la verdad ya no se ven ese tipo de aportes sobretodo dirigido a los estudiantes escolares y secundarios, una manera de dinvertirse aprendiendo, en particular de muchos personajes de la historia en donde reflejarse sin acudir a figuras externas
Gracias por tu comentario, Juan Carlos. Opino igual: existen múltiples personajes históricos nacionales que pueden ser referentes para jóvenes y viejos.
Que chévere Chento. Mi abuelita llenó ese álbum con cromos que le dábamos todos los nietos. Recuerdo que el sorteo lo hicieron en la explanada del Albán Borja, el centro comercial más nuevo de la época, y mi abuelita saltaba de la alegría porque en el sorteo del álbum lleno, ella se ganó un televisor de 14″ color rojo, recuerdo yo😥
Genial! Nací en el 86 pero en los 90s se daba casi todo igual.. gratos recuerdos! Yo tenía un álbum de los Looney Tunes.. lo recuerdo muchísimo!
Considero, sin exagerar, que este escrito que acabas de hacer debe quedar como referencia de lo que fue nuestra infancia y época escolar. Gracias Chento, me has dado un paseo en mi memoria a lo que fue una de las mejores épocas de mi vida. Gran abrazo! Jaime, alias «Muchi».
Gracias por comentar y por tomarte el tiempo de leerlo. En efecto, además de escribir sobre un tema específico, como el álbum Héroes de la Patria en este caso, lo que pretendo es incorporar con frecuencia en mis artículos elementos que evoquen nuestra infancia y juventud, para que queden como testimonio de la época.
¡Increíble Chento! Registraste magistralmente esos años de descubrimiento que representó nuestra infancia. Pero vamos, dale , que hayan otros capítalos que sí, hay bastante que contar 💪🏽💪🏽💪🏽💪🏽💪🏽💪🏽
Con seguridad escribiré sobre otros capítulos de esa época: profesores destacados, eventos importantes, cosas curiosas… Gracias por tomarte el tiempo de leerlo. ¡Un abrazo!
tiempos que no volveran nunca
gracias por recordarlo