Por Vicente Adum Gilbert.
Aquel domingo me desperté inusualmente temprano. A esa hora, solo esa tenue luz característica de los momentos previos al amanecer se colaba tímidamente por entre las cortinas de nuestra habitación. Giré para mirar a mi esposa, con la esperanza de que ya estuviera despierta, solo para comprobar que todavía se encontraba debitándole a la noche, o a lo que quedaba de ella, todo el sueño perdido durante una agotadora semana de trabajo. De manera sigilosa, para no interrumpirle ese afable proceso de ajuste de cuentas con Morfeo, salí caminando hacia la sala de la casa, con una energía y un ánimo que le pertenecían más bien al medio día, o a los minutos posteriores a un buen café, que todavía no me había preparado. Tampoco tenía hambre, así que simplemente decidí recoger el periódico, que por cierta rebeldía tecnológica todavía recibo en formato impreso los fines de semana, y me senté en el sofá más largo y cómodo a tratar de leer las que bien podrían catalogarse como las obsoletas noticias del día anterior, mientras la gata intentaba con todo su ímpetu de impedírmelo, con su acostumbrada búsqueda de afecto matinal.
Las noticias, que en efecto habían caducado desde la noche anterior por virtud de la virulencia de las redes sociales, me aburrieron con rapidez, y, luego de leer un par de artículos interesantes en el suplemento dominical del periódico, me recosté a lo largo del sofá para revisar en mi celular qué novedades actualizadas había en el mundo, aunque evadí intencionalmente a Tweeter con toda su carga de odio, que consideré inapropiada para ese apacible momento de la aurora. Desde mi confortable posición, podía ver con claridad el corto corredor que comunica nuestra sala con las habitaciones, visión que era interrumpida solamente por el video que estaba observando en Youtube, que al poco tiempo dejó de interponerse, cuando coloqué el cell sobre la mesita central, y el video se convirtió intencionalmente en una suerte de podcast, al que solo se le presta atención a su audio, como si fuese un arrullo.
Repentinamente, mi hija de seis años salió corriendo desde su cuarto hacia el lugar en el que yo me encontraba. Desde lejos gritó «¡Papi!», con los brazos levantados en forma de V, con toda la emoción propia de una niña de su edad y con una sonrisa gigante, de esas que son a diente pelado y que van de oreja a oreja. Cuando estuvo cerca del sofá donde yo estaba acostado, se abalanzó sobre mí de manera totalmente despreocupada, para abrazarme, besarme, y en fin, ser afectuosa. Me embargó un sentimiento que iba más allá de alegría, y que estoy seguro de que era ese pequeño pedazo de la vida a la que Chris Gardner llamó «felicidad» en The Pursuit of Happyness. Luego, mientras dejaba de hacerme cosquillas, se acercó cariñosamente a mi cara, mientras aplastaba mis mejillas con sus manitas sudadas, y me susurró tiernamente al oído: «Quiero que seas mi base»…
Cuando desperté estaba llorando, con esas mismas lágrimas inefables que surgen solamente cuando una persona amada que ya no está entre nosotros nos visita en sueños. En mi corazón los sentimientos se encontraron en una encrucijada en la que la alegría, la nostalgia, la satisfacción, la resignación y la tristeza se peleaban por avanzar primero. Recordé entonces, mirando hacia el pasillo vestido de luz, que mi hija no había dormido esa noche en la casa porque sus primas la habían invitado a una pijamada, y que, además, tiene doce años recién cumplidos.
Acepté este sueño vívido como un regalo de Dios, en el que tuve la gracia de que esa niñita viniera a despedirse de mí, dándole un cierre hermoso a mi perspectiva del capítulo de su niñez, pero sobre todo, para recordarme que esta gratificante labor de ser padre no ha terminado todavía, solo ha mutado, y que mi rol durante su etapa adolescente será continuar siendo, pero con más acierto y comprensión, el soporte de la familia: en lo emocional, moral, espiritual, económico, en fin, ser esa piedra base que con cariño me pidió la niñita del sueño, tal como cuando Jesús pidió a Pedro que fuera la piedra sobre la que Él edificaría su iglesia.
Entendí, entonces, que los padres sí vivimos una especie de luto cuando nuestros hijos se convierten en adolescentes, ya que al ser una transformación abrupta y radical, tanto en lo fisiológico como en lo intelectual, es cierto que una parte de ellos, a la que amamos mucho, deja de existir. Luego, agradecí a Dios por haberme permitido el inmenso privilegio de continuar siendo el padre de una chica maravillosa, inteligente y hermosa, que está viva y tiene salud. Al fin y al cabo, ¿Qué más se puede pedir?
Genial post, la verdad me identifico perfectamente con todo lo expuesto en este documento mi querido y «viejo» amigo! Un abrazo!
Pana,
Me alegro de que te gustara.
Un abrazo,
Chento.
«Mi estimado amigo,
Las emisiones de amor y afecto hacia nuestros hijos nunca se agotan. Lo puedo atestiguar personalmente. Vas a experimentar diversas etapas en la vida de tu hija, algunas de las cuales pueden hacerte derramar lágrimas de emoción. También entiendo que convivirás con recuerdos del pasado que anhelarás que vuelvan a suceder. Sin embargo, es fundamental reconocer que nuestras hijas tienen derecho a crecer y explorar sus propias vidas, aunque a veces nos resulte difícil aceptarlo.
Lo que deseo compartir contigo es que aquellos de nosotros que somos privilegiados de tener hijas mujeres, no debemos ocultar nuestros sentimientos en ningún momento. Ellas siempre serán nuestras princesas, sin importar la edad que tengamos, ni la edad que ellas tengan. Esta conexión única trasciende el tiempo y las circunstancias.
Te envío un abrazo afectuoso y te animo a seguir disfrutando cada momento, ya que el amor que compartes con tu hija es eterno.
Tu pana. El Coyote
Ya tengo una profesional, otra de universidad, una por graduarse este año y un adolescente….me encanta esta nueva etapa pero esos abrazos, palabras mal pronunciadas, ese reemplazo de la s por la t, el que “todos” nos embarquemos a un plan de cine o playa o viajes ya no existe, ya tienen sus propios planes, y aunque los vea grandes y perfectos (porque así los ve una mamá) siempre me quedará lo que viví con ellos hace pocos años atrás.
Hola Ketty,
Qué bonito comentario. Gracias por tomarte el tiempo de leer este artículo y por comentar.
Un abrazo,
Chento.
Que hermoso escrito Chento!!!
Todo lo que dices es tan real yo estoy pasando por mi segundo luto. Cuando pensé que no me dolería porque ya tenia experiencia, ahora me duele más porque no voy a pasar por esto nunca mas.
Un abrazo
María Delia,
Qué chévere que mis amigos estén comentado en este artículo. Creo que he logrado tocar el corazón de algunos de ellos. Gracias por leer este escrito y por compartir tu experiencia.
Un fuerte abrazo.
Chento
Me llego mucho tu relato- los hijos siempre estaran en nuestras vidas y aunq uno quiera mantenerlos en ciertas etapas- me ha tocado estar en tu lado al ver la adolescencia de los mios llegar y sentir ansiedad por como vendria la etapa de universidad etc hoy por hoy creo q ese sentimiento de angustia nunca va a cambiar: q la “base” si queda puesta en ellos y que lo veo a cada paso que me ha tocado orgullosamente admirar en la vida de mis hijos- al momento tienen 21 años y tengo la emocion de haber leído este acontecimiento tuyo ya que aparte q lo comparto como madre- me da fuerzas para saber q las etapas q vienen seran aun mas lindas y eso mi querido amigo: es la vida !!! Mi vida mis hijos-